
El mercado (si bien lo estudiamos en condiciones de
competencia perfecta y
ceteris paribus) se rige por unas reglas más o menos invariables. Eso que llamamos "ley de la oferta y la demanda". Cuando existe exceso de demanda, escasez, los precios tienden a subir, y cuando existe exceso de oferta, excedentes, los precios tienden a bajar. Siempre que no existan condiciones que impidan que el mercado funcione libremente.
El mercado de la vivienda en España ha explotado finalmente. Desde hace años se hablaba de la "burbuja inmobiliaria", esa situación de la que todos hablaban pero nadie se atrevía a pronosticar su final. En el gobierno (o por incapacidad o por no alarmar) se habló de un "aterrizaje suave". Vamos, tan suave como una catástrofe aérea.
Se podía leer en cualquier periódico del continente la paradoja española: se construían más pisos en España que los que se construían en Alemania, Francia e Inglaterra juntas. Pero hablamos de 45 millones de personas frente a más de 200 millones. Se podría considerar que España es un destino turístico donde las personas de esos países desean adquirir una vivienda para sus vacaciones y jubilación dorada, al estilo de una Florida europea, pero aún así no se podían justificar tantas grúas por kilómetro cuadrado.
La ley de la oferta y la demanda funcionó de una manera muy simple: los precios subían porque la gente pagaba precios crecientes, en parte como inversión "segura" (el ladrillo...), en parte por miedo a que si no tomaban una decisión de compra, un año más tarde ya no podrían comprar el piso soñado. Para ello, recurrieron a la banca, que vio un negocio dorado: gente pidiendo dinero a pagar durante 40 y hasta 50 años. Intereses bien jugosos. Jóvenes que dejarían de pagar su hipoteca con 80 años. Y para poder llegar a la cantidad necesitada, las tasadoras valoraban los pisos al alza, de modo que el 80% del valor de la tasación diera para el 100% del valor de compra. Una locura se instaló entre la gente: en ciudades como León se llegaban a pagar 300.000 euros por pisos lejos del centro sin calidades superlativas ni cientos de metros cuadrados útiles. Entre los compradores, algunos especulaban a corto plazo: compro a 20 porque en un año podré vender a 30.
Aquí nadie se salvó de la falta de previsión. Constructores y promotores, ávidos de la plusvalía, compraban suelo a precios disparatados por la escasez de suelo urbanizable, con la "seguridad" de que recuperarían la inversión tras levantar sus edificios y vender como rosquillas. Grandes empresas se encontraron, al explotar la burbuja, con ingentes superficies urbanizables, enormes deudas por los créditos solicitados para comprar suelo, y la certeza de que el suelo que habían comprado no les valía como aval para poder renegociar sus deudas. El suelo que tenían en sus balances, valorado al precio de compra, pasaba a valer, a efectos reales, lo mismo que un avioncito de papel.
Y es que aquí nadie aprende. Las burbujas, del tipo que sean, son viejas como el efecto acción-reacción: me rasco porque me pica un ojo. Esto se hunde porque era una locura.
Voy a recordar varios momentos de la historia, algunos muy conocidos por recientes, otros por su importancia en la historia de la economía (y la historia en general), y otros desconocidos pero no menos esclarecedores.
La primera "burbuja" de la que hablaré es la bursátil de Wall Street previa al crack del 29 (del siglo XX). Siempre me ha parecido que Marx (Groucho Marx) explicaba mejor que nadie lo que pasó en su libro "Groucho y yo". Recomiendo vivamente su lectura, que podéis hacer, por ejemplo, en:
http://libanesweb.com/camino.htm . Groucho deja claro lo que sucedió: la locura, la avaricia, hizo que todo el mundo invirtiera hasta el último centavo en algo que no entendía, pero que de un día para otro le "producía ganancias". Un aprendizaje importante es éste: sólo se gana después de vender a mayor precio del que se compró, descontando la pérdida de valor del dinero. Si compré a 20 y hoy vale 30, no he ganado nada, salvo que venda a esos 30.
El tercer caso es muy reciente, más de un español aún estará lamentándose. Fue la burbuja de las punto.com. Otro fenómeno especulativo curioso. En los años 90, las empresas punto.com iban a ser la panacea del crecimiento económico. Una empresa filial de telefónica, Terra, que no era más que un portal de servicios gratuitos de internet, valía en bolsa más que su matriz, telefónica. Una barbaridad. Las acciones de Terra llegaron a valer más de 130 euros en bolsa. Quien compró a 90 creía hacer un buen negocio. En su caída libre, si no vendió a 70 esperando a que volvieran a subir, quizás fue de los que vendió a menos de 5 euros. En la bolsa siempre suceden estas cosas, la gente cree que es fácil hacerse rico de un día para otro, y a veces hay espejismos que parecen confirmarlo. Como cuando Telepizza dobló su valor en el primer día de cotización tras la O.P.V. de gran éxito.
Está claro que todo esto es cíclico, y que no aprendemos a valorar cuándo algo sube de precio razonada y razonablemente, y cuándo las subidas no son más que pura especulación. Muchos pierden, algunos ganan. Pero nadie saca su aprendizaje: no volvamos a caer en el viejo truco de la zanahoria y el palo.
¿Cuál será la próxima burbuja? Yo, por si acaso, no compro gangas...