Keynes, que en gloria esté, acuñó una teoría, que bien aplicada, puede dar sus frutos: en épocas de recesión, y más si se llega a la depresión económica, es el Estado el que debe "tirar" de la locomotora de la economía, mediante una política fiscal expansiva: bajar impuestos y subir el gasto público, resumidamente. Que las personas tengan mayor renta disponible para consumir, las empresas para invertir, que el estado se dedique a gastar más, y todo eso expandirá la demanda agregada de la economía, y con ello crecerán la producción y el empleo. Fácil, ¿no? Bien lo supo el presidente de EE.UU. Roosevelt, que aplicó en su política del New Deal estas teorías y logró sacar a su país de la Gran Depresión, el espejo en el que hoy nos miramos.
Pero 1932 no es 2010, ni el mundo financiero de entonces era el de ahora. Hoy es todo más complejo, la información fluye en milésimas de segundo, millones de ojos se miran unos a otros gracias a internet, y cualquier mínimo atisbo de actuación será analizado, escrutado y evaluado por un montón de agencias de calificación, Fondos, Agencias... Una lata, esto de gobernar en el mundo 3.0, más virtual que nunca, pero en el que el paro se hace cada vez más real. Ya no es una realidad virtual, ya va llegando a demasiadas familias.
Casi todos los gobiernos, ante la crisis financiera, se lanzaron a la política fiscal expansiva: ayudas a sectores en crisis (automóvil banca), ayudas por aquí, ayudas por allá, obras por acullá. El déficit ha crecido de forma excesiva, y con ello ha llegado Paco con la rebaja. Como el que va al banco, porque necesita un nuevo crédito, y le dicen: "es que usted gasta mucho y ya tiene varios créditos. No le podemos dar ninguno más". Eso le pude pasar a España: nos dicen que, o reducimos rápidamente el déficit, y nos apretamos el cinturón, o se acabó la fiesta. Los mercados no se fiarán de nuestra deuda, y habría que pagar mucho más para emitir bonos, obligaciones, letras...
Pero el problema ha sido en qué nos hemos gastado ese dinero del déficit. Vale que, por un lado, la situación ha venido derivada de una reducción de ingresos brutal, y de un crecimiento del gasto automático: dos millones más de parados, mucho más gasto en subsidios. Pero también se tomaron decisiones de política fiscal equivocadas de las que ahora nos podemos arrepentir.
Una decisión fue la de los famosos 400 euros. Creo recordar que tenía un coste de 6.000 millones de euros al año. ¿Alguien recuerda si eso sirvió para algo? El caso es que esos 6.000 millones es un 40% de lo que se planteaba recortar de gasto este año España. O sea, una cantidad importante.
Pero lo peor ha sido el Plan E. Eso ha sido un disparate. Dinero a espuertas a miles de Ayuntamientos para hacer miles de obras, la mayoría sin sentido, sin una utilidad real, que no suponen para el país más competitividad, más productividad, más I+D+i... Un parque infantil en un pueblo casi sin niños, unas aceras cambiadas por 3ª vez en 10 años, una piscina cubierta cuyo gestor, el Ayuntamiento, no se ha planteado que luego tendrá que mantener año a año sin dinero... ¿Son esto inversiones de futuro? ¿Para qué se ha dilapidado todo este dinero? ¿Ha servido para algo ese Plan E de grandes letreros y nula efectividad, salvo parchear unos meses las cifras de paro?
Ahí está la clave: no hay que recortar, hay que saber gastar. Y a veces, entre pitos y flautas, se va una cantidad de dinero inmensa. Lo sé porque he tenido que administrar la miseria de un presupuesto decreciente de un centro docente, y sé que en gasto corriente, en esos pitos y falutas, se puede ahorra mucho. Con austeridad, pero sin dejar que se caiga la casa. Con menos viajes y más vídeoconferencias. Con menos coche oficial y más taxis, como el Presidente de Cantabria. Con menos Conferencias con unos decorados mayúsculos (Gracias a la trama Gürtel sabemos que esos decorados no son de cartón-piedra, son de "oro"...) y más gasto en modernizar el país. País. País...
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