martes, 1 de junio de 2010

Eficiencia vs Eficacia. ¿Realmente es malo lo público?

Desde hace mucho tiempo se toman como verdades absolutas unas máximas: "lo público es menos eficiente que lo privado", "el trabajador en una empresa o administración pública es siempre menos productivo y eficiente que en una empresa privada" y "a más competencia, privatizando y liberalizando, más beneficios para el consumidor".
Cualquiera que diga lo contrario verá cómo le llueven las críticas más feroces, por mendaz, estalinista o cosas peores. Pero es que la realidad es muy tozuda. Y no siempre lo que queremos que pase es lo que sucede en realidad. Querer creer algo, querer creer que se quiere que algo sea cierto.
Sí he encontrado en mi vida ejemplos que certifican esos postulados. Pero es que eran ejemplos de tebeo de Mortadelo, por la caricatura de lo público. En Cuba en 1987, entrabas en una tienda de electrodomésticos, y casi había más trabajadores (el que te abría la puerta, el que te atendía, el que envolvía la compra, el que ponía en un papelito el precio a pagar, y el que te cobraba) que objetos para vender. Era una penuria de medios, pero en un país en el que el trabajo era obligatorio por ley, que esos trabajadores se rascaran la barriga era bastante normal. Aquí valdría la frase que una vez leí de un alemán que vivió la antigua Alemania Democrática, la RDA, es decir, la comunista, con su feroz Stasi y su nula libertad. Él decía: "El Estado hacía como que nos pagaba, y nosotros hacíamos como que trabajábamos". En un sistema así, sin incentivos, es claro que la gente será ineficiente e improductiva. Cobrar la misma miseria hagas un buen o un mal trabajo lleva a estas cosas.
Pero también he visto ejemplos de lo malo que supone privatizar y liberalizar un servicio público. El caso más asombroso es el del servicio de ferrocarril de Gran Bretaña. Con el sucesor de la Dama de Hierro, John Major, este servicio se privatizó en 1996. ¿Qué se esperaba con ello y la posterior liberalización del servicio? Lo que es evidente: un mejor servicio, precios más bajos, un mayor cuidado de la seguridad... Pues todo lo contrario. El precio subió hasta cotas inimaginables. Yo recuerdo haber pagado más o menos la misma cantidad por un billete del Eurostar París-Londres, a todo confort, que por otro billete Londres-Ipswich que me recordaba a un tren de la FEVE de los años 70. Pero lo peor es que, además de encarecerse el servicio y empobrecerse la calidad, se descubrió poco a poco que se estaba descuidando la seguridad, con una precarización del empleo y un crecimiento de los accidentes mortales debido a la mala situación progresiva de las infraestructuras ferroviarias. La película de Ken Loach "La cuadrilla" ("The navigators") reflejaba muy bien esta realidad. En su sinopsis podíamos leer: "Un grupo de trabajadores encargados del mantenimiento de las infraestructuras ve cómo su situación laboral queda amenazada por criterios meramente productivos. Son invitados a firmar "despidos voluntarios", pierden su derecho a vacaciones, oyen hablar de una flexibilidad laboral que encubre en realidad una precariedad en el trabajo, y ven cómo se reducen los gastos -lo que significa menos puestos de trabajo- con el consiguiente aumento de la peligrosidad".
Pues bien, fue tal el desastre que al final el gobierno británico decidió intervenir el servicio de RAILTRACK en 2001, la compañía privada que se había hecho cargo de la gestión de las infraestructuras ferroviarias, es decir, nuestro Adif. Prueba de que no necesariamente lo privado es mejor que lo público.
Pero es que cada día me encuentro más ejemplos. Hoy en día casi todos los servicios no básicos son privados, y muchos de los básicos. Y no funcionan mejor, sino peor. ¿Alguien ha intentado solucionar alguna vez un problema de su línea telefónica, su línea ADSL, su compañía de cable? Lo único que logra es, tras hablar con más de una docena de distintas voces con distintos acentos, cogerse un cabreo de mil pares. No te resuelven nada, no te hacen caso, no les interesas. Si eso te pasase con una administración, ardía Troya.
Un día en una cola esperando. Más de media hora y allí no se movía nada. Los trabajadores, sin estrés ante una cola que se hacía más grande por momentos. Y nadie se quejaba. ¿Por qué? Porque era la cola del banco. Una oficina central de uno de los grandes bancos. Nadie se quejaba porque la banca es eficientíssssima (para cargarnos comisiones) y sus trabajadores el colmo de la productividad. Pero si la cola hubiese sido en el Ayuntamiento o en el médico del ambulatorio, a los diez minutos los impacientes de turno hubiesen comenzado a despotricar contra los trabajadores de lo público, que no dan golpe.
Pues ni tanto ni tan calvo. He visto trabajadores nulos en la banca privada (vengo de familia dedicada a ello) que ahí han estado hasta su jubilación, y he conocido trabajadores de la administración pública más eficientes que nadie. Pero conviene esparcir esas ideas, porque entonces se privatizan jugosos negocios cuya rentabilidad pasa de manos públicas a privadas. Se privatizan los beneficios y yo no veo que mejoren las cosas. En España se privatizó Telefónica, se liberalizó el mercado de las telecos, y seguimos con los precios más altos del mundo. Se "privatizó" la televisión y ahí está la mierda que nos ofrecen las privadas.
Lo que tiene que quedar claro es que, para las empresas privadas, lo suyo es tener beneficios. A costa de lo que sea: seguridad, calidad, competencia... Si hace falta, se acuerdan precios. Si hace falta, se engaña (por ejemplo, el acuerdo entre varios fabricantes de geles que subieron de precio un 15% acordando reducir paulatinamente y de forma coordinada el tamaño de los envases. Se puede ver en: http://www.publico.es/dinero/289531/bano/espumacon/pacto/secreto). Y si hace falta, se restringe la seguridad, que cuesta un ojo de la cara mantenerla.
Por eso tiemblo cada vez que oigo hablar de privatización de la sanidad. Una vez tuve un pequeño enfrentamiento verbal con el Profesor Barea (aquél de la Oficina Presupuestaria del Gobierno Aznar, un venerable anciano más neoliberal que Milton Friedman...) en un curso de la UNED en Segovia o Ávila, no recuerdo. Él decía que la sanidad, privatizada, sería más eficiente, ofrecería un servicio a un menor coste. Y yo le repliqué que en la sanidad o en la educación no cuenta la eficiencia económica, cuenta la ratio persona atendida/pewrsona curada. No vale decir: "qué barato me sale este servicio de oncología" si resulta que no financia los mejores tratamientos de quimioterapia, que son muy caros.
Lo mismo, en educación. En Ruanda tienen escuelas muy eficientes: con un madero, una tiza y un suelo ya tienen centro educativo. ¿Por qué no hacemos lo mismo aquí? Pues porque sabemos que escatimar medios en algo que es capital en la formación de nuestros futuros ciudadanos llevaría al desastre. La eficiencia debería medirse en calidad de formación: quitando sesgos (alumnado que decide no hacer nada, un 30% en el primer ciclo de ESO), con exámenes concienzudos se podría saber si los alumnos dominan un montón de herramientas, capacidades... Y ahí se les ve: ayer mismo estuve en un aula con alumnos de 16 años que programan en HTML...
No despreciemos lo público. El día en que todo sea privado, empezaremos a notar una añoranza que nada podrá llenar. Y comprobaremos el miedo que nos puede dar caer en manos de un sistema sanitario totalmente privado...

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