
Brotes verdes, previsiones de la OCDE, previsiones de FUNCAS, previsiones del FMI, previsiones (¿han previsto algo?) del Gobierno, previsiones (¿más y mayores catástrofes?) del principal partido de la oposición... Aquí todo el mundo habla de lo que va a pasar pero como haciendo un brindis al sol, sin decir realmente por qué o por qué no España mejorará en 2010... o en 2014. Aquí no se dan las reales causas de que estemos como estamos y de que podamos salir de este embrollo sin dejarnos el bolsillo por el camino.
La patronal, por ejemplo, arrima el ascua a su sardina: en España hay que hacer una reforma laboral que abarate el despido. Eso bastará para que se produzcan una serie de milagros que lo de la resurrección de Lázaro se quedará en truco de prestidigitación.
Los hay, como la UBS (banco suizo), que propugnan la bajada de salarios en España en un 10%. Propugnan un impulso de las contrataciones mediante incentivos para conseguir frenar el agujero del mercado laboral, lo que llevaría a una reducción de los salarios (supongo que reales) en un 10%. Y dicen que, si no, los mileuristas acabarán siendo ochocientoseuristas.
Está bien esto de propugnar que los mileuristas se conviertan en novecientoseuristas para evitar ser ochocientoseuristas. Pero la UBS se olvida de decir la razón por la cual hay que hacer lo que dicen y qué efectos demostrables hay detrás de su medida.
Yo me arriesgaré a decir lo que pienso, que no es precisamente una predicción halagüeña con los movimientos gubernamentales ni pretende decir que el barco se hunde por falta de patrón.
En España ha habido una hecatombe mayor que en otros países de nuestro entorno por la misma razón que hace dos años éramos los Usaín Bolt de la economía europea (a China habría que ponerle otro apelativo, ellos ya son unos Caster Semenya, compiten en otra liga).
España, país donde se construía, para una población de 46 millones de personas (más otros cuantos millones atraídos por su sol queriendo un destino vacacional en propiedad), el mismo volumen de vivienda que, pongamos, Gran Bretaña, Francia y Alemania juntas (más de 200 millones de habitantes les contemplan), era un país donde la burbuja inmobiliaria no es que tuviera que explotar, es que era seguro que llevaba dentro de ella una especie de "bomba de racimo", que dañaría más que una simple explosión.
La banca y los sucesivos gobiernos acabaron por ampliar el daño. La banca, haciendo trampa, dando hipotecas a 40 y 50 años inflando el valor de tasación para poder dar, con el 80% de la tasación, el 100% del valor de compra, y sin avisar a gente sin muchos conocimientos financieros de que estaban cavando su fosa al firmar el préstamo. De todos modos, algunos, en el pecado, llevaron la penitencia: los impagos serán el motivo de la caída de más de una caja (los bancos parecen más protegidos).
Los dos gobiernos, del PP y del PSOE, poco hicieron para paliar el desastre que se avecinaba. El PP, con frases como la de Cascos, que decía que en España los precios de los pisos subían a ritmos del 17% anual "porque en España la gente tiene dinero para comprar", infló aún más la burbuja. La gente no tenía dinero: la gente compraba por miedo a que los precios subiesen aún más, a costa de hipotecar su futuro y, sobre todo, su capacidad de consumo. Y los que especularon con la vivienda, comprando como inversión porque "el ladrillo es lo único seguro, tiene un valor material", no se daban cuenta que ese valor era ficticio.
El gobierno del PSOE también falló en su diagnóstico. Quiso "enfriar" el mercado, hablaron de un "aterrizaje suave", y esto ha sido el "aterriza como puedas", más bien "a ver quién se la pega más fuerte". Salvo el olfato de un fino Jove, que supo desprenderse de FADESA a tiempo, ahí están los cadáveres: Martinsa, Nozar, Colonial, etc.
Y ahí viene la falta de análisis: en España se creaba mucho empleo, sí. Mucho empleo en la construcción y servicios. Mucha industria auxiliar de la construcción (cementos, ladrillos, cerámicas, puertas, parquets, sanitarios, y así podríamos seguir...). Y, sobre todo, que mucho pequeño empresario y algunos grandes, vieron en la venta de pisos su razón de vivir sin marcarla. Los pisos se vendían solos. En España las oficinas inmobiliarias de venta y (poco) alquiler de vivienda proliferaron como las setas. Cada tres escaparates, uno de una inmobiliaria anunciando el piso de tus sueños. Pesadilla en Elm Street, vamos.
Viene la hecatombe. Y todo lo anterior se cae como un castillo de naipes. Cierran constructoras (en León, mi ciudad, hay una enorme cantidad de obras paradas porque ahí están otros cadáveres más locales: Begar, Teconsa, Acis...), cierran oficinas inmobiliarias (ya sea de autónomos, ya sea de grandes cadenas), cierra industria auxiliar (fui a comprar una pieza rota de un sanitario, y a fastidiarse: Sanitana cerró, haber comprado Roca), cierra hasta el apuntador.
Y digo yo: ¿cómo es posible salir de una crisis así, que habrá venido empujada por la situación internacional, que también será crisis de crédito, pero que tiene peculiaridades propias? ¿Cómo salir de este agujero que ha dejado en la calle a más de un millón de trabajadores si no se recupera el mercado inmobiliario?
Zapatero habla de cambiar de modelo, pero es tarde. El modelo hay que cambiarlo cuando la economía va bien, cuando hay recursos y fondos para prever lo que debe ser el futuro, no pensar en qué hacer cuando el agujero del déficit público puede alcanzar los dos dígitos. Aquí la crisis sólo podría superarse si empiezan a venderse a toda prisa los cientos de miles de viviendas sin vender, se recupera el sector inmobiliario y se acaban tantas casas que han quedado a medio hacer. Y luego, a pensar qué nos deparará el futuro. Pero para mí está claro que en 2010, si la economía crece (que lo dudo), no creará empleo para absorber tanto parado. Y esa es una bomba de relojería que puede estallarnos en las narices antes de las elecciones (si llegamos) de 2012.